Buscando en el éter
Hacía un tiempo que me había graduado en Bellas Artes pasando por cuatro países de tres continentes distintos en seis años. El arte en todas sus formas, puedo decir, fue mi primer y más profundo amor, pues viví toda mi infancia a través de su filtro. Filtro que ahora, tras conocer a Salma, he comprobado que compartimos aquellos cuyos corazones vibran desde temprana edad con el mágico mundo que generan los ojos enamorados de colores, los oídos enamorados de sonidos y los dedos enamorados de creaciones. El mundo que habita un niño cuyos sentidos son devotos a sentir cada brisa como un poema, cada árbol como una escultura y cada persona como un cuadro, es un mundo que tiene una sensibilidad especial por la estética y un intenso romance con la vida que desean que otros vivan también. Entendí desde muy pronto al comenzar a hablar con Salma que ella era de esas almas que veía y entendía la vida con el hilo que teje el arte. Su calidad al hablar, su tono delicado, casi susurrante, y su levante de mirada al comenzar a responder preguntas, como si las palabras que quiere usar estuvieran flotando encima de ella y tuviera que rescatarlas del éter. Un rayo de sol que ella inmediatamente me invita a notar se cuela por la ventana. Percibo su mirada perspicaz, esa mirada que la ha convertido en la curadora más joven de la galería más importante de Túnez.
La Galería Salma Feriani, situada en la villa de Sidi Bou Said con otro naciente local abriendo en Londres, es la galería más prestigiosa de Túnez. Salma Feriani trabaja con artistas de todo el mundo, pero se dedica a impulsar voces creativas locales. Abrió en el 2013 gracias a su homónima fundadora y cuenta con un atellier en el centro del país que sirve de taller experimental para artistas que exploran ideas conceptuales. Salma Kossentini no llega a los 30 y ya es un nombre de peso en el mundo del arte tunecino y alemán, donde lleva a cabo residencias artísticas. Comenzó como curadora en 2016 en festivales de arte y pronto llamó la atención dentro del mundo del teatro, la performance y el arte contemporáneo. Centra sus intereses en la experiencia sensorial a la vez que en el impacto socio-cultural que generan las ideas y discusiones del arte en la cultura tunecina, en particular el proceso de descolonización que otorga una identidad nueva a los jovenes artistas. Ha cursado estudios en literatura, diseño de interiores e idiomas y es una mujer enamorada del mundo en el que vive y el cuál crea meticulosamente.
El arte de conectar
Mi madre es una diseñadora de interiores y desde pequeña fue la que, podríamos decir, me inició en el mundo del arte y alimentó mi amor por este. Ella tenía su atellier en un lado de nuestra casa y desde muy pequeña intentaba entrarme a robarle sus lápices y herramientas de trabajo que eran muy preciosas para ella. Cuando se dio cuenta que era una batalla perdida tratar de mantenerme fuera, me hizo un espacio a un lado para mí y creó mi propio pequeño taller de arte en el suyo. Ahí empecé a experimentar, explorar, aprender y a enriquecerme. A los 19 ya participaba en teatro y en tertulias de literatura, me involucraba como voluntaria en festivales de arte en la Medina de Túnez y comencé a aprender sobre curaduría. Básicamente eso me impulsó a seguir este camino. Cuatro años después comencé a estudiar, así que podría decirse que empecé con la curaduría en la misma práctica.
Trabajo mayoritariamente en equipos compuestos de mujeres. El mundo del arte y de la cultura en Túnez es predominantemente femenino. Por eso la mujer artista domina, por lo general, y tiene mayor exposición que el hombre. Teniendo esto en cuenta, hago un intento consciente de ser ecuánime en quién, qué y cómo muestro, pues realmente en este momento son las mujeres quienes reinan sobre el mundo del arte tunecino. Sin embargo la narrativa es muy variada. Los artistas tunecinos contemporáneos son muy interesantes por cómo ven sus realidades y las reflejan y materializan a través de sus obras. Por otro lado, muchas preguntas sobre el colonialismo y sus consecuencias también están surgiendo, así como una nueva narración de los procesos de descolonización y cómo estos son vividos en espacios urbanos.
Cuando trabajo lo que siempre tengo presente es la noción del espacio. Observar y sentir el espacio es el comienzo de todo mi proceso. Cómo vamos a escribir algo en este espacio, cómo vamos a decir algo y cómo las obras y las personas van a interactuar. En una segunda fase necesito entender qué está queriendo decir el artista o los artistas para saber cómo mejor transmitirlo y generar ese hilo entre ellos para comunicarlo a las personas que interactúan con sus obras y con el espacio. Necesito comprender al artista, por lo que está pasando, sus miedos, sus obsesiones para saber como respetar sus límites pero también saber hacia dónde quiere expandir hacia lo que busca expresar. La curadoría no es solo colgar un cuadro en una pared, es generar una atmósfera que transporte al espectador al mundo del artista. Debe existir conexión y diálogo entre el que observa y lo observado, ese diálogo que puede ser tanto emocional como corporal.
El arte de no hacer nada
A pesar de tener un corazón de artista, no siento la necesidad de expresarme a través de un medio para crear una obra. A mí me interesan más los procesos ideológicos y soy más de reflexión que de trabajo práctico. El trabajo reflexivo para mí es un proceso creativo tanto como el arte, de este modo siento que mi vida es arte pues siempre está rodeada de este. Pero encontrar el equilibrio entre mi vida personal y mi trabajo aún es un reto. La línea entre mi trabajo como estilo de vida está muy difuminada y soy consciente que en este momento vivo para trabajar. Pero es que también reconozco que es mi pasión. Pero sí paulatinamente voy viendo una necesidad por tener más tiempo para conocerme a mi misma fuera de mi trabajo. Tener más tiempo para bailar, para viajar y de ocio. Veo que el no hacer nada, el permitirse no hacer nada, también es un arte. Temo sentirme inestable o insegura sea financieramente, creativamente o conmigo mismo. Me aterra la idea de no tener un poco de control y de la inseguridad en general. Mi sueño para mi misma es generar un espacio tanto en mí interior como en el exterior en el cuál encuentre un refugio de seguridad, un pequeño ecosistema para mi y otros donde existe harmonía. Me encanta ser anfitriona y estar con gente, y quizás así como organizo espacios para otros, eso debo y quiero hacer conmigo misma.
El arte de ser
Lo que amo de lo que hago es el intercambio humano. Es estar en constante conexión con el otro, siempre en una situación nueva, en un contexto nuevo y desde una perspectiva nueva, pero siempre conectando. Esta conexión es lo que me da vida. Me encantan las ideas, conversar con personas, reflexionar, experimentar y el trabajo en grupo. Me gusta las conversaciones con personas y conocer sus puntos de vista. La curaduría te permite discutir interminablemente sobre conceptos e ideas y a profundizar en las personas y como ellas ven el mundo. Para mi, cada pieza de arte no es un acto aislado. Es un acto muy anclado, es un gesto muy anclado en contexto y el contexto suele ser el mundo del artista. El futuro del arte tunecino debe moverse hacia una mayor humanidad. Dirigirse en dirección a ser más amables con nosotros mismo, ser más conscientes del otro. El arte sí es una industria y una negocio que puede ser muy frio. Debemos siempre reconectar con nuestra humanidad y darle protagonismo a la sensibilidad del humano que es lo que nos hace únicos.
Identificarme como mujer tunecina para mí es destacar la capacidad de iniciativa creativa que tenemos. Somos muy capaces de tomar desiciones independientes, de ver, pensar y actuar independientemente. Capaces de vivir libremente.
Curado por Salma